"Sin agua no hay vida", como en Don del agua, de Tatiana Goransky (Ed. Evaristo), donde nos sumerge cual buzo en la historia familiar de un rabdomante capaz de encontrar agua donde todos han fracasado. Distintas voces y distintas maneras de relacionarse con el elemento primordial, pero siempre de una forma apasionada.
Para leer esta novela hay que mojarse. No alcanza con meter los pies, hay que poner el cuerpo al servicio de esta aventura acuática. "El mar está cubierto por casacarones abiertos, como si cientos de pececitos hubieran nacido aburridos de tanto esperar". Para leer esta novela hay que disponerse a sentir. "A veces, la hora del lobo viene en pleno día y no hay nada que pueda hacer para estar solo. El océano parece burlarse cuando uno se siente desamparado. (…) Dividía a los hombres en tres categorías: los que están vivos, los que están muertos y los que están en el mar".
El agua es un don y una condena que se trasmite de padres a hijos. Mares agitados, blancos de espuma, rizados con olas en miniatura. Mares surcados por barcos que buscan tesoros.